El apocalipsis en la tierra, las llamaradas del infierno devorándonos: eso fue lo que vivimos la noche del sábado en Ritmo y Compás. Con doble equipamiento para guitarra y bajo, de manera que a cada lado del escenario hubiese un set completo de cada –lo cual debo decir resulta impresionante, efectivo, y qué coño, ¡de lo más heavy!- y una batería de dimensiones mastodónticas –sobre todo respecto a lo que nos tienen acostumbrados hoy en día los bateristas- la cosa prometía feliz. Matt Pike se presenta sin camiseta, lleno de tatuajes talegueros, entre los que destaca la cabeza de un león dispuesto a morder en la parte baja del torso, su exclusiva guitarra de nueve cuerdas y una sonrisa de oreja a oreja. No es de extrañar, y durante el concierto lo repetirá, lo contentos que están de estar aquí y de ver a tanta gente. Previsto en principio para la sala Mobydick, en seguida hubo de trasladarse el evento a Ritmo y Compás, que finalmente colgó el “no hay billetes”, dejando a mucha, pero que mucha, gente fuera.
El concierto, impecable. Abren con un par de temas de “
Death is this communion” para luego ir recorriendo todos sus discos hasta cerrar con su mayor hit-single hasta la fecha, “Devilution”. El pipas apaga los amplis, pero por aclamación han de salir a ofrecernos un bis pletórico.
Y así, sí. La banda está probablemente en su mejor momento, y yo lo celebro y brindo por ellos y por los organizadores, gente con amor a estas historias, y a los que da gusto ver crecer de la mano de bandas que lo hacen con ellos. ¡Salud!